domingo, 25 de noviembre de 2012

Pisadas en la luna



Cuando Luis se despertó aquel día, tuvo la sensación de que a partir de entonces todo iba a ser distinto. Llegó al colegio cinco minutos antes de lo que solía hacerlo siempre; era el primer día, y quería causar buena impresión a su nuevo tutor. Sus compañeros del año anterior le saludaban con la mano, y bostezaban y se frotaban los ojos, porque tenían mucho sueño. Luis buscó a sus amigos entre la multitud de alumnos que correteaban de un lado para otro. Los encontró a todos sentados en el suelo, formando un círculo en cuyo interior destacaba un niño rubio que no había visto nunca antes.
— Se llama Douglas. — había dicho Jorge. — Es de Inglaterra, y habla inglés mejor que el profesor.
Al principio, Luis no se lo creyó, porque Inglaterra estaba muy lejos, y el profesor era la persona que mejor hablaba inglés del mundo. Pero después lo escuchó hablar, y resultó que era verdad, ¡verdad de la buena! Los chicos le preguntaron si en Inglaterra había buenos profesores de inglés, y Douglas no respondió. Germán lo repitió, por si no se había enterado, pero él siguió sin decir nada. ¡Vaya maleducado!, pensó Luis. Y lo mismo pensaron sus amigos, porque todos se fueron a la fila sin decirle nada a Douglas, y eso que nunca lo hacían antes de que tocara el timbre.
Ese mismo día, conocieron en clase a su nuevo tutor, Damián. Era muy bueno y divertido, pero cojeaba. Leyó de una lista los nombres de todos los compañeros y, después, les preguntó qué querían ser de mayores. Germán quería ser futbolista; Jorge, cocinero. Cristian, otro de sus amigos, dijo que quería ser profesor, pero a Luis le pareció que sólo lo decía por hacerle la pelota a Damián. Cuando llegó el turno de Douglas, el tutor le hizo la pregunta en inglés, y el niño también respondió en inglés. El último fue Luis, y se puso muy nervioso, porque no sabía qué quería ser de mayor; le gustaban muchas cosas. Damián le dijo que no pasaba nada, porque él antes de ser profesor, había tenido muchos oficios. Contó que al principio había sido caballero. Cuando pasaron unos años, se cansó de matar dragones y salvar princesas, porque los caballeros tenían que seguir muchas reglas, y se hizo pirata. Surcó los siete mares junto con su tripulación, un loro y una pata de palo. En uno de sus viajes se hizo amigo de un mago alquimista. Este le enseñó un poco de su magia, y a Damián le gustó tanto que decidió hacerse su aprendiz. Compró una varita y, poco a poco, se hizo un experto en la preparación de pociones, convirtió a su loro en un fiel lobo que le acompañó en todos sus viajes, y aprendió el secreto de la transformación del plomo en oro. Cuando intentó arreglar su pata de palo, el hechizo le salió mal, y por eso cojeaba. Así que se hizo médico para intentar arreglar del todo su pierna. Tras eso, fue cantante, futbolista, otra vez pirata, juglar, investigador, guerrero…
Cuando el timbre volvió a sonar, señalando el comienzo del recreo, Luis se sorprendió al ver que no le apetecía salir a jugar. Quería seguir escuchando las historias de Damián, al igual que sus amigos. En el recreo todos comentaron las increíbles aventuras del tutor. 
— Yo creo que se lo ha inventado. No se puede ser mago y después guerrero. Los magos y los guerreros se llevan muy mal. — razonó Cristian.
— ¿Entonces cómo es que cojea?
— No sé, a lo mejor se cayó de unas escaleras...
— Yo creo que es verdad, porque los caballeros nunca mienten; va contra las normas de caballería.
— Pero si dejó de ser caballero, ahora puede mentir...
Así pasaron los días Luis y su pandilla. Clase tras clase, Damián conseguía que todos los alumnos estuvieran embobados con sus explicaciones. Una vez les explicó que la letra q había luchado fieramente en una batalla contra la letra e y la letra i. Al final, la u se había encargado de unirlas para que se llevasen mejor, y que para que sus palabras no se pelearan, debían escribir siempre que y qui con la u en medio. Al final del curso, ningún alumno había sacado malas notas, ni si quiera Douglas, que nunca hablaba en español. Luis acababa de enterarse que en Inglaterra no se hablaba español, sino inglés. ¡Qué cosa más rara!, pensó el chico. 
El último día de clase, todos se despidieron de Damián con mucha pena, y le dieron un fuerte abrazo, porque el año que viene ya no sería su tutor. Esperaban, igualmente, encontrarlo por los pasillos y que siguiera contado sus maravillosas historias. Pero no fue así. Al año siguiente, Damián ya no estaba en el colegio.  A todos les sentó fatal, pero les gustaba pensar en los miles de posibles trabajos que podría tener Damián a partir de entonces.
Pasó mucho tiempo hasta que los chicos volvieron a ver a su antiguo tutor.
Era un día muy caluroso, hasta para ser junio. Luis se preparaba para su graduación; al año siguiente iría a bachiller. Se ajustó la corbata y salió a toda prisa hasta llegar a su colegio. Su familia ya estaba sentada en el Salón de Actos, esperando a que todo comenzara. Luis salió al patio del colegio a tomar un poco de aire y a refrescarse. Allí encontró a sus amigos, sentados en el suelo de la misma manera que el día que conoció a Damián. Jorge, Germán, Cristian, Rafa y Douglas, que se había convertido en su mejor amigo. Ahora hablaba un español casi perfecto, pero seguía soltando expresiones inglesas de vez en cuando. Se levantó y le chocó la mano.
— ¿Nervioso?
— Un poco.
Los demás entraron en el Salón. Los dos amigos, que estaban algo más nostálgicos, miraron el patio que durante tantos años habían considerado suyo. De repente, una silueta asomó su cabeza por entre los árboles. Llegó cojeando hasta los chicos y les dio un fuerte abrazo.
— ¡Pero qué grandes estáis!La última vez que os vi erais dos retacos pequeñines. Seguro que ya tenéis hasta novia, ¿eh?
Luis estaba asombrado. Damián estaba completamente igual que la última vez que lo vieron. Incluso llevaba la misma ropa.
— ¡Qué de tiempo, profesor!
— Sí. En clase se echan se menos sus historias.
— Era mucho más divertido cuando se inventaba todas esas cosas…
Y estuvieron hablando mucho, muchísimo tiempo. Damián dijo que durante esos años había sido astronauta, y Doug y Luis rieron con ganas.
Al cabo de un rato, los altavoces anunciaron que en diez minutos empezaría la graduación.
— ¿Viene dentro a verla? — preguntó Douglas.
— No, no. No permiten entrar a los animales, y he traído a mi mascota.
— Pues entonces, luego nos vemos.
— No, tampoco. Tengo que irme ahora mismo, al veterinario. Es que visto los carteles de graduación y he entrado a echar un vistazo.
— Vaya…
Luis y Douglas se despidieron de Damián, pero él, antes de irse, quería hacerle al primero una pregunta:
— Y, ¿sabes ya qué quieres ser de mayor?
— Ya soy mayor, señor. — los tres rieron. — No, señor... la verdad es que me gustaría poder contar historias como las suyas.
— Hm. Ya veo. Escritor. Te gustaría escribir aventuras que fueran conocidas en todo el mundo.
— Sí. Algo de eso. Pero...
— ¿Pero qué?
— No sé, profesor. Que es imposible que yo llegue a tanto.
The sky is the limit. — dijo Douglas, poniendo una mano sobre el hombro de Luis.
Don't tell me the sky's the limit when there are footprints on the moon. — rectificó Damián, con un acento incluso mejor que el de Douglas. — Tú sé perseverante. Inténtalo de verdad. A mi me costó bastante aprender a convertir el plomo en oro…
Los chicos rieron, se despidieron y fueron como una bala al Salón de Actos, deseando contar a todos lo que les había pasado. Al mismo tiempo, Damián llegó cojeando al matojo del que había salido. Acarició a su lobo, sacó su varita del bolsillo, recitó unas palabras mágicas y desapareció.

¡Super notición (o puede que no tanto...)!

Lo primero que tengo que decir es que...



El "eslogan" del blog...




¡...cambia! Bueno, vale, se que no es para tanto. Supongo que la mayoría ni si quiera sabéis que el blog tiene un eslogan. Pero a mi me hace ilu (?)



Hasta ahora, bajo el banner del blog se podía leer:

Tengo doce años. Me gusta escribir. Y espero que a ti te guste leer lo que escribo :)

Pero ahora va a decir...


Tengo trece años. Me gusta escribir. Y espero que a ti te guste leer lo que escribo :)

¡Exacto! Tengo un año más... Lo que significa que llevo leyendo, escribiendo, imaginando y escuchando historias un año más :) Y los que me quedan...

Y también quería decir otras tres cosas:

Cosa nº 1: Ya no soy participante del I Certamen Llibrete. 
El tema de esta semana eran los líos amorosos, que no son mi fuerte, y con la de historias pastelosas de vampiros y demonios que tan de moda están últimamente le estoy cogiendo un poco de tirria a este género (o subgénero, o lo que sea. Me gusta el amor pero en su justa medida, ni mucho ni muy poco). 
No me llegaba la inspiración. Entre eso y que este año tengo exámenes todos los días de la semana excepto uno (no exagero), estábamos a mitad de la semana siguiente y no me había dado tiempo a empezarlo, así que el organizador me ha expulsado. 
La idea en sí del proyecto era y es genial, pero últimamente no me gustaba demasiado como iba la cosa. La gente abandonaba (yo misma iba a abandonar por falta de tiempo en la gala anterior, pero el organizador me pidió por favor que no me fuera) cuando estaban nominados, y al organizador le sentaba fatal. 
Es normal que te pongas triste si alguien abandona un proyecto que tu mismo has creado desde cero, y también es verdad que al enviar el primer relato al concurso te comprometes a participar semana tras semana.
A mi lo que más me impulsaba a participar en este certamen era escribir sobre temas nuevos y que jueces con experiencia me ayudaran a mejorar
Desde mi punto de vista, a la hora de escribir no hay mayor recompensa que oír de boca de alguien que tus escritos le han gustado, le han emocionado o le han hecho reír (incluso si dice que le han disgustado, porque eso significa que al menos se lo ha leído). La cosa es que aunque te guste algo, te gusta tener algo a cambio por hacerlo (p.ej. a un pintor le gusta pintar, pero también le gusta ganar dinero pintando), y si yo a cambio de escribir un relato semanal, con el esfuerzo y trabajo que eso conlleva, lo que me gano son dos pequeñas críticas (que igualmente me han ayudado a mejorar, gracias a las juezas Dori Valero y Mar Olmedo :)), pues no me motivo, y si no me motivo, no escribo bien. 
Aún así he conocido muy buenos escritores y ha sido una experiencia maravillosa. Seguiré mirando semana tras semana y deseo mucha suerte a todos los participantes y al organizador por su gran idea, porque de verdad que es muy innovador y se podría llegar a convertir en algo realmente grande :)

Cosa nº 2: Voy a empezar a escribir reseñas. 
Me doy cuenta de que cada vez me gusta más dar mi opinión a la gente sobre los libros que leo. Y como en mi casa ya se hartan un poco de que de tanto la lata con que el escritor tal mi ídolo Rick Riordan es un fenómeno, que si el libro cuál es muy guay, que si que gracioso es esto, que si que bonito es lo otro...
En definitiva, que si me leo un libro, sea nuevo o viejo, y me apetece daros mi opinión, os diré lo que me ha parecido. A ver si os gusta mi manera de "reseñar"... :)

Cosa nº 3: Concurso de Menudo Castillo. 
¿Recordáis el concurso de Menudo Castillo en el que participé hace un tiempo? ¡¡Me han dicho que he ganado!! Soy feliz :D Cuando escuché su programa de radio (que es muy bueno, por cierto, escuchadlo todos los martes en directo a las 18:00 desde el blog) y dijeron mi nombre empecé a dar botes de alegría, y cuando llegó el e-mail confirmándolo estaba medio hiperactiva :D
El viernes me llegaron los libros (el premio) y vi que los enviaron el 19 de noviembre, mi cumpleeee :')
En fin, que estoy muy contenta, y en el próximo post os voy a poner el relato, que se titula Pisadas en la luna, y es el relato que más me gusta de todos los que he escrito...

domingo, 11 de noviembre de 2012

¡Saludiños!

¡Buenas! Ya hace más de un mes que no me paso por aquí, pero como veo que por más que me disculpo no logro "formalizarme", voy a pasar directamente a la acción.
Durante este período de tiempo, ¡el I Certamen Llibrete ya va por su Gala 4! A mi me hace mucha ilusión que este proyecto siga adelante, porque al escribir sobre temas a los que no estas acostumbrado practicas bastante. Los consejos de las juezas se agradecen mucho, al menos en mi caso, ya que lo ven todo de manera objetiva y te dicen fallos y maneras de mejorar. Os recomiendo a todos que lo sigáis de cerca, lo leáis todas las semanas y votéis al texto que más os guste. Para ver tooooda la información del Certamen, entrad aquí: http://llibrete.jimdo.com.
Os pongo aquí tres textos que he enviado. El primero trata sobre la ira, uno de los pecados capitales. El segundo es de ciencia ficción, o al menos era un intento de ello que salió rana jeje. El último es una experiencia personal. ¡Espero que os gusten!


Todo por venganza.

Los músculos de Mark se pusieron en tensión. Se levantó, agarrando con fuerza su lanza, y echó a correr tras el desconocido, que reía como un loco.
No pensó que bajo aquella capucha podía estar cualquiera. No pensó que, al irse de la tienda, dejaba a todos sus compañeros desprotegidos, durmiendo. No pensó que podía ser una trampa. No pensó. Simplemente corrió todo lo rápido que sus piernas se lo permitieron.

— Te toca a hacer la guardia. — oyó decir a Kim.
Mark se despertó y asintió con desgana. Recogió del suelo su lanza y salió de la tienda, malhumorado. 
Esa noche había tenido de nuevo la misma pesadilla que le atormentaba desde hacía años. Aunque conocía el final, se sintió sobrecogido al revivir de nuevo la horrible escena. El encapuchado cogía el arco del suelo, lanzaba la flecha y atravesaba el corazón de su padre, que caía al suelo, muerto. 
Al principio sintió miedo. Después, una oleada de ira lo levantó del suelo, una sensación que noche tras noche se hacía más violenta. Su deseo de venganza seguía creciendo.
— La venganza no es buena, ¿sabes? Te ciega.
Se giró, sorprendido. Era imposible que nadie supiera lo del encapuchado. Nunca lo había dicho en voz alta. ¿Murmuraría en sueños? ¿Babearía? No, por favor. No delante de sus compañeros. Sería estúpidamente ridículo.
— ¿De qué hablas?
— Cada vez estás más agresivo, más distante… Como si estuvieras planeando una venganza.
— ¿Y qué si es verdad?
— Que la ira no trae nada bueno. Ahora te puede parecer la mejor opción, pero… — Mark tenía el ceño fruncido…. — Ni sabes lo que es la ira, ¿verdad? La ira es el deseo de venganza, y…
— Déjame en paz, ¿quieres?
El chico salió de la tienda, dejando a Kim con la palabra en la boca.
Pasaron varias horas, en las que estuvo con la mirada perdida en el horizonte, pensando inconscientemente en qué haría si alguna vez se encontraba con aquel encapuchado que mató a su padre. Ni se le pasó por la cabeza el daño que pudiera haber causado a Kim, la que alguna vez había sido su mejor amiga.

Al cabo de un rato, el extraño dejó de correr. Mark aprovechó para saltar sobre él y aprisionarlo contra el suelo. Su lanza se transformó en un arco y un carcaj. El tipo merecía morir como su padre. 
Lo distrajo el sonido de unos gritos. Giró la cabeza y vio el campamento en llamas. Ardiendo. Todo había sido un truco. ¿Cómo no se había dado cuenta antes?
El encapuchado huyó. Mark escuchó, por encima de las demás voces, la de Kim. Había dicho la verdad. La ira sólo le había traído cosas malas. No iba a quedarse mirando como sus amigos morían por un error suyo. Entró al fuego, decidido, y nunca nadie supo si ese fue o no el final de su historia.

(Este segundo no tiene título, si se os ocurre alguno, me encantan las sugerencias!) :)

— Anda abuelo, cállate que no me interesa. — rechista Leo. Está de mal humor, pensando en sus cosas. La reunión familiar se le está haciendo larga. Sus padres están trabajando, sus amigos de viaje y sus tíos de vacaciones. Va a tener que quedarse con sus abuelos paternos todo un fin de semana. Tras pasar horas rebuscando entre las numerosas habitaciones de la nave, revolviendo cajones y armarios, Leo se ha dado por vencido y está seguro de que no hay nada entretenido que no tenga más de treinta años de antigüedad. La prehistórica máquina de hologramas que ha encontrado en el dormitorio de invitados ni si quiera funciona correctamente. Por si fuera poco, ahora su abuelo no deja de contarle sus batallitas.
— Hijo, escúchame aunque sean cinco minutos. Cuando yo tenía quince años me encantaba ir al aeroskate park. Mis colegas y yo hacíamos unos trucos flipantes...
— Abuelo, por favor, nadie habla así. — murmura el chico entre dientes. — Y los aerodeslizadores son cosas de críos. Ahora lo que se llevan son los airollers.
— Seguro que son el mismo rollo, pero si de verdad no te gustan, podemos hablar de otra cosa. ¿Cuál es tu serie de televisión preferida?
Leo ríe con ganas y mira a su abuelo con aire burlón.
— Sí, claro. Televisión. Y después uso un ordenador, si te parece.
— ¿Pero… qué problema hay? — pregunta el abuelo, extrañado.
— Que la televisión tridimensional es de viejos. Ni si quiera puedes oler lo que ves. Está pasada de moda. Y el ordenador ya ni te cuento… 
— Pues mi bisabuelo veía la televisión en dos dimensiones. — Leo frunce el ceño, incrédulo y enfadado. — Y en blanco y negro.
— Vale, esa si que es buena. Sólo dos colores. No te lo crees ni tú. — dice, cortante. No conoce nada más que su presente, lo que para nosotros es el futuro. No va a clase; cuando necesita saber algo, se pone una inyección y se ahorra el estudio. Como la asignatura de historia es lo que menos le interesa, no tiene ni la menor idea de cualquier cosa que tenga más de veinte años. Tampoco sabe lo que es la comida de verdad, pues se limita a las pastillas de nutrientes de sabor artificial. Aunque el conocimiento tecnológico ha aumentado notablemente, es triste como las personas saben más de la vida de una máquina que de las suyas propias.
— Es verdad, y además...
— ¿Quieres dejarlo ya? Lo digo en serio. No me interesa lo más mínimo.
El abuelo relaja los músculos, cierra fuertemente los ojos, suspira con tristeza. Se levanta de su asiento y sin ni si quiera mirar atrás, murmura:
— Además, cuando yo tenía quince años, trataba mejor a mi abuelo.
Se va de la habitación, dejando a Leo con una sensación desconocida en la barriga, que le hace querer hundirse en la tierra, ahogarse en el espacio y caerse a un abismo, antes que tener que aguantar con el castigo silencioso de su abuelo.

La Caja de los Recuerdos

Abrí la polvorienta caja de madera y no pude evitar que por mis labios correteara una sonrisa. 
Dios, mi madre tenía razón. Lo guardaba todo. Pero es que todo objeto tiene una historia. Y soy partícipe de que todas las historias deben ser contadas. 
En la caja (que yo había nombrado "Caja de los Recuerdos") estaban guardados objetos que parecían normales. Pero para mí encerraban un montón de secretos. Me encantaba cogerlos y mirarlos hasta lograr recordar por qué los había guardado. Vi en una cajita transparente muchos papelitos con palabras emborronadas, mensajes pasados en clase que decían cosas importantes en su momento. Reconocí al instante la tarjeta plastificada de dragones que tantas veces había llevado colgada al cuello. El marcador de aquel libro que me prestaron y me inspiró para comenzar un relato corto, que también andaría escondido en la algarabía de historias que formaban la Caja. Vislumbré en la esquina mi anillo fluorescente; si lo dejabas un rato expuesto a la luz, adquiría un brillo fantasmagórico alucinante. Cuando estiré el brazo para alcanzarlo, toqué el lomo de un grueso cuaderno.
Lo sostuve entre mis dedos para después girarlo con cautela. Abrí lentamente la tapa y me encontré con un rótulo de colores escrito con letras desiguales: "Agencia de detectives" seguido por un gran borrón grisáceo, prueba de que había sido escrito y borrado en repetidas ocasiones. Pasé la página y observé que lo que más destacaba eran dos palabras en la esquina izquierda: "Caso uno". El resto de las letras se superponían una encima de otra, y los dibujos parecían no tener sentido. Ni un hueco. Había una flecha, un pájaro blanco…
Espera, espera. ¿Una flecha?
Me fijé en la flecha. Tal y como pensaba, no era una flecha. Era una rama de olivo.
Me golpeé la frente con la palma de la mano y sonreí. Recordaba con nitidez esa semana de tercero de primaria.
Los trabajos para el día de la paz habían sido casi todos aceptables, teniendo en cuenta que estábamos hablando de niños de nueve o diez años. Sin embargo, había uno que destacaba. La gran paloma blanca de yeso que las chicas habían hecho era muy graciosa. Algo deforme, eso sí, pero tenía su gracia. Al final de la clase, el pico de la paloma apareció en el suelo, lo que significaba que alguien lo había roto.
¡Menudo lío se formó! Todos querían saber el nombre del culpable. Así que recorrimos todo el recreo preguntando a unos y otros hasta dar con él; Miguel confesó que se había chocado con ella sin querer. Y el ánimo se nos subió por las nubes. Lo apuntamos todo y nos preparamos para nuestro siguiente caso, un caso que nunca ocurrió.
Sonreí de nuevo. Cerré la caja, pero no guardé la libreta. No sé por qué, pero ese recuerdo me había tocado la fibra sensible. Pasé de página y puse en grandes letras "Caso dos".
Habían pasado seis años. Pero dicen que la esperanza es lo último que se pierde, ¿no?


;)